POR OMAR RODRÍGUEZ
La maquinaria propagandística hizo que, en mayo pasado, de forma aberrante, se intentara maquillar una decisión arbitral fallida, misma que, como suele ocurrir, favoreció al América.
El árbitro Fernando Guerrero, en el primer tiempo, ya había dejado en claro que en esa tarde en el Azteca no habría justicia sino una ayuda descarada al América, equipo al que le perdonó una expulsión por una plancha matizada con el sello de la casa: con cobardía.
Para Fernando Guerrero no fue suficiente. Para América tampoco. No bastó el que le perdonaran una expulsión y el riesgo de ser aplastados por una Franja que, con once sobre la cancha, seguramente habría despedazado a Guillermo Ochoa y su arco.
No. Como dice Natalia Lafourcade: Nunca es suficiente. Nunca es suficiente cuando de ayudar al América se trata. Tras el gol de Henry Martín y la espectacular chilena de Israel Reyes, tuvo su momento de esplendor el gran robo en el estadio Azteca.
Fernando Guerrero marcó un penalti. Hasta ahí, todo bien. Diego Valdés, con arrogancia, pateó el balón y, en su área, pisando bien la línea blanca, el grandísimo Antony Silva atajó el disparo del ex Santos Laguna.
El momento anímico era de Puebla. Con el gol impedido, el ímpetu de los dirigidos por Larcamón los habría llevado a la conquista del Azteca. Mas eso no pasó. Fernandito Guerrero, al llevarse el silbato a la boca, plumas dejó caer sobre el verde césped del estadio. Fernandito indicó que el penalti se repetía sí o sí, esto mientras los comentaristas de casa aplaudían su ojo cínico.
Dieguito agradeció el favor y América anotó el 2-1. El momento anímico cambió de bando. América se sintió más fuerte. Claro está, respaldado por el injusto juez Fernando Guerrero. Llegó el tercero y ahí, con ayuda obvia, el América gritó y dijo sentirse el más grande de México. Puebla todavía respondió con Fernando Aristeguieta. Ya no alcanzó. A Puebla lo echaron, a la mala, de la liguilla.
Bien. Este viernes por la noche, cuando América llegue al Cuauhtémoc con toda su arrogancia, hazle saber a ese equipo de amarillo que tanto él como su gente son parte de un espejismo. La grandeza equivale a esfuerzo. Ese equipo que hoy cuenta una historia de mitos y mentiras en un documental a modo en Netflix no es un equipo grande. Es, en todo caso, un mañoso grande.