POR LISETH ZAVALETA
Para comprender el presente debe entenderse el pasado. Por lo tanto, para comprender lo que puede suceder en la Copa Oro, debe entenderse lo acontecido en la Liga de Naciones. Para que México pueda acercarse a la resolución de sus problemas bien haría en tratar de comprender su última gran derrota: la eliminación ante Estados Unidos, misma que, de paso, resultó en el despido de Diego Cocca.
El Allegiant Stadium, testigo del pésimo desempeño que tuvo nuestra selección, una terrible derrota ante miles de aficionados, un Tricolor al que no se le vieron pies ni cabeza; desde los dirigentes hasta el entrenador, pasando por los principales responsables del papelón: los jugadores.
Vergonzoso marcador; México cayó 3-0 contra Estados Unidos y, lo peor del caso, no es el resultado en sí mismo ni la eliminación porque lo peor es que esto ya no es sorpresivo.
Diego Cocca, quien logró el bicampeonato con el Atlas, tenía la intención de hacer una buena gestión como entrenador del Tricolor, sin embargo, tras no poder cumplir con lo que se propuso, declaró sentirse triste por el fracaso y el cese de tajo.
El primer tiempo de aquel partido aciago, retumbó con los fuegos artificiales que iluminaron el cielo, hasta el cual se escuchó el himno mexicano, pieza que, si bien llenó de orgullo a los aficionados, no pudo incentivar a su selección a evitar el vergonzoso papelón.
Quién diría que ese júbilo expuesto en los rostros de los aficionados mutaría a unas muecas terribles, propias de personas que, desesperadas, miran a la distancia a su selección fracasar una vez más.
En algún momento los aficionados se mostraron similares a los apostadores que cada noche acuden a los casinos de Las Vegas. Ellos, como los otros, no podían creer lo que estaban presenciando; ellos, como los otros, no veían por dónde el Tricolor podría evitar el fracaso porque ellos, los de verde, evidenciaron no tener táctica ni estrategia y, en cambio, dejaron clara que sus esperanzas de triunfo basadas estaban en el hallazgo de un golpe de suerte.
La desesperación y frustración fueron las que se apoderaron del encuentro, y el enojo se hizo presente al salir con las manos vacías, lo que provocó que asistentes optaran por gritar lo prohibido. Ante la terrible y penosa actuación por parte del Tricolor rompieron con la ilusión de los aficionados, otro partido más debiéndose a ellos y a su misma profesión.
Lamentablemente, el balompié mexicano se mantiene en la mediocridad; los jugadores y directivos tienen falta de humildad y credibilidad; ya no se puede permitir la presencia de una selección de esta calidad. Se sigue culpando al entrenador cuando el problema viene desde arriba y eso nos deja mucho en qué pensar. Ya basta de seguir engrandeciendo a falsas estrellas dentro de la Selección Mexicana; es mejor optar por una reestructuración desde lo administrativo hasta los jugadores, solo de esta manera se logrará ver cambios alguna vez.