POR OMAR RODRÍGUEZ
La muerte de Carlos Hernández Reyes me cimbró. La mañana del lunes el índice de mi diestra se detuvo en la pantalla de mi teléfono celular cuando mis ojos, incrédulos y asustados, leyeron el mensaje que Martín Quintanilla posteó en su muro de Facebook. Martín, con líneas precisas, anunció la muerte de Carlos.
Mi respiración se cortó. Mi pulso se aceleró. Incrédulo, como suelo ser en mi actividad reporteril, dudé respecto a la veracidad del anuncio. Lamentablemente, en un par de minutos, confirmé el deceso de Carlos. La verdad es que, aun pasados algunos días, me es imposible calificar con un adjetivo preciso lo que sentí.
Apenas confirmé su muerte presioné con dedos temblorosos los números de contacto de Sandro Franco y Jesús Pérez, amigos con los que compartimos incontables jornadas de coberturas para el ESTO de Puebla y tardes saturadas de polémica en la 1280 de am, respectivamente. Por sus trémulas voces sé que experimentaron una sensación similar a la mía.
Carlos y yo llevábamos algunos años distanciados. Nimiedades y distintos caminos en nuestros proyectos profesionales abrieron una arteria en el sendero por el que transitamos durante la segunda década de este milenio. Sin embargo, con todo y las altas y bajas que implica cualquier relación, el respeto por la actividad del otro siempre permaneció. Hoy, imposible de llevar a cabo, pienso que bien pude hacer esa llamada que siempre pensé que podría realizar después.
Después de tocar varias puertas con mis jóvenes nudillos y no encontrar quién la abriera, una tarde de 2008 Carlos Hernández Reyes le quitó el cerrojo al portón de la cabina de ABC Radio. Le pedí una oportunidad para colaborar en Sobremesa Deportiva y él, con sinceridad, me dijo que la mesa de colaboradores “estaba llena”. No desistí. Al contrario, persistí. Una semana me quedé afuera de la cabina porque sabía -presentía- que en algún momento sus colaboradores fallarían y él -como ya lo había dicho al aire- detestaba hacen en solitario un programa de sesenta minutos.
La oportunidad llegó una tarde de viernes. Hice el programa con él y tras una hora de diálogo frente a los micrófonos supe que ya formaba parte del programa. Mi personalidad, seria y analítica, complementó la efusividad de los comentarios que emitían mis compañeros. Carlos Hernández, Sergio Ureña, Manuel Alvarado, Iván Lechuga, Hugo Medina y un servidor salimos a comer para festejar mi ingreso a Sobremesa Deportiva.
Pronto llegó otra oportunidad, por supuesto, igualmente valorada. Carlos Hernández me invitó a formar parte del equipo de comentaristas de la 1280 am para la transmisión de los partidos deL Puebla. Un domingo, quizá en un partido ante Atlante o San Luis, debuté junto a Carlos y Emilio Maurer.
Un año después, Carlos me dio otra gran oportunidad. Premió mi trabajo como comentarista y como colaborador ocasional en el periódico que editaba con la propuesta de ingresar a laborar en el ESTO de Puebla. Una noche me llamó y de forma sintética, me dijo: “Estás dentro. Mañana firmas tu contrato”.
Mi primera semana de trabajo fue terrible. Sabía escribir, pero no reportear. Esa semana conocí lo que es no dormir bien y también soñar con planas, textos, caracteres, cabezas, balazos y fuentes. Esa semana fue espantosa. No la pasé bien. Mas mi primera portada local, con un Chelís que afirmaba “estar harto”, me dio el impulso para seguir.
Durante años vinieron tardes buenas y malas. Debo decir que Carlos era uno en la radio y otro en la redacción del ESTO de Puebla. Ante los micrófonos era ameno, agradable y con un humor ácido. Como editor y jefe era de difícil trato y más si a la oficina llegaba tras presenciar una derrota del América. Sus emociones lo traicionaban. Si las Águilas perdían ante el Puebla, Carlos regañaba por cualquier cosa. Era pasional y entiendo que la pasión, a veces, desborda.
Murió Carlos Hernández Reyes. Terminó una época en el periodismo deportivo poblano. Su historia en el ESTO de Puebla perdura con líneas en color sepia. Su voz, por fortuna, grabada está en numerosos archivos. Su columna “De ESTO me enteré” aún erosiona la piel de aquellos que la protagonizaron por su mal actuar en el entorno deportivo local.
Murió Carlos Hernández Reyes. Murió el periodista que me abrió la puerta de los medios de comunicación impresos. Murió el periodista con el que me inicié en la radio deportiva. Esperaba dedicarte unas líneas en un proyecto que pronto verá la luz mas tu muerte me provocó adelantar parte de las mismas en este sentido texto.